Sabéis
que no suelo contar nada de mis vivencias con sumisos, más allá de
que todos los casos de falsos sumisos están basados en hechos
reales, pero me apetece dejar constancia de los buenos ratos que he
pasado cuando el sumiso en cuestión merece la pena. Que no todo va a
ser hablar de lo negativo. Eso sí, las palabras siempre se quedan
cortas para transmitir sensaciones, así que haré lo que pueda.
Tu
cara. La puedo recordar ahora mismo. A la perfección. Estás debajo
de mí. Mi sexo en tu boca. Te pregunto si no tienes suficiente
(pregunta retórica por supuesto, sé la respuesta...), tras muchos
minutos en la misma postura. Mueves la cabeza a un lado y a otro y
tus ojos me miran fijamente, suplicantes, anhelantes de que no me
aparte nunca de donde estoy. Sonrío. Y me río. Sí, me río, pero
no de ti. Me río porque estoy feliz.
No.
Así no, no seas desobediente, no te he dicho que hagas eso. ¿Acaso
te he dado permiso para hacer eso? Zas. Te abofeteo. Tu cara se queda
en la posición en que mi mano la ha dejado. Tus ojos bajos. Tus
labios a punto de curvarse en una sonrisa. Porque te ha gustado. Te
gusta que te abofetee. Que te riña y te corrija. Sonrío. Estás en
mis manos.
Un
dedo, el otro, varios a la vez, todos en tu boca bien abierta. Tus
ojos apenas mantienen el enfoque. Ver tu expresión es más excitante
que sentir tu lengua entre los dedos de mis pies, por la planta, por
el empeine, por todas partes. Te gusta chupar mis pies, ¿verdad?, te
pregunto, y tú no tienes ni fuerzas para hablar, asientes con la
cabeza, sin parar de recorrer cada centímetro de mi piel. Dejo un
pie en tu boca y busco con el otro aquello que palpita entre tus
piernas. Se está bien así, creo que seguiremos durante muchos
minutos más.
Quédate
tumbado ahí, de espaldas, voy a usarte. Me paseo por tu cara. La
recorro con mi culo de lado a lado. Muchas veces. Deprisa. Despacio.
Me recreo. Me separo un poco para hacerte sufrir. Tienes la lengua
sacada, tratando de apresar la parte de mi piel que consiga rozarte.
Sueltas un “ohhh” que sale de algún sitio más profundo que tu
garganta. Te encanta estar así, y a mi me encanta tenerte así.
Pillo
lo primero que tengo a mano, el cinturón de tela que me he quitado
antes de desnudarme. Levanto tus brazos por encima de tu cabeza y uno
tus muñecas con un nudo. Ahora no puedes escapar, te digo. “¿Y
por qué querría escaparme ahora?”, bromeas. Cierto. No quieres,
querrías que ese momento se congelase en el tiempo. Y yo también.
“Por
favor, aráñame... Por favor, deja que chupe... Por favor, úsame...
Por favor, por favor...” Me encanta que me supliques. Tu excitación
se dispara en ese momento. Podría hacer cualquier cosa contigo
cuando estás así. Pero me controlo, sé que soy la que está al
mando y no puedo hacerte daño. Te araño la espalda, pero sé que no
te dejaré marcas. Aunque
luego lamentarás que no fuera así, querrías tenerme grabada en tu
piel y tener un recuerdo y sentir que no lo soñaste. Porque, aunque
cueste creerlo, a veces los sueños se hacen realidad :)